Diario semanal - Nadia Birnbaun
30/06/2020
Nadia Birnbaun
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: "Para el diario: elegir un lugar cercano (exterior) para sacar una foto, busquen una escena que les llame la atención por algo, y un lugar al que puedan acceder sin problemas todos los días. La propuesta es sacar una foto con el mismo encuadre todos los días, preferentemente a la misma hora.
De acá al próximo encuentro, subir las fotos al blog y elegir algún elemento en común de las imágenes para describirlo lo más objetivamente posible.".
Modalidad individual.
Primera Escritura.
En la esquina de los pasajes hay una casa. Es enorme, ocupa un sexto de la cuadra desde ambas perspectivas. Predomina en ella el blanco, aunque la adornan fragmentos de mosaico amarillos y algunos detalles en azul. Está rodeada de un camino medio rojizo, que a su vez se ve envuelto de un acolchado verde. Existen tres posibles entradas, todas con vagas escaleras que proporcionan estructura a la construcción. Dos en los extremos y la restante por la puerta principal. A pesar de sus tantas columnas y ventanas, lo que elijo destacar es una mesa junto a sus dos sillas, que ocupan un rincón al final de la extensa residencia.
Todo el juego pareciera ser de acero, pintado de un mar azul oscuro y barnizado severa y repetidamente. A la distancia se lo ve brillar. La incomodidad de los asientos no logra opacar su diseño, de aspecto antiguo y refinado. Sobre la mesa, el detalle de una maceta naranja. Mis ojos se sitúan en ella, ya que completa la simetría de la imagen. Es placentero a la vista.
Dado que es un diario, me permito dar lugar a la subjetividad. Tal vez, para hacer de una bella imagen un significado más completo. Quizás, porque tengo la necesidad de escribir acerca de lo que en mí despierta algún sentimiento. Otra de las posibilidades puede ser que, simplemente, me recuerde a merendar afuera y lo extrañe.
Dejo la resolución de la incógnita a favor de quien la lea, ya que no puedo decidirme por una.
Pasé por esta esquina durante doce años y me atrevo a decir que no perdió su encanto. Algo acerca de su esqueleto me hace creer que posee vida propia. A mi, al menos, me dice cosas. Todo con un poquito de imaginación habla o, en su defecto, transmite.
Reconozco pequeños elementos que hoy en día refuerzan mi admiración a los atardeceres y la posibilidad de acompañarlos con algún café. La idea aquí es muy simple. Lugar para dos personas, bajo la calidez del sol, que a causa de la incomodidad de sus coches deben encontrar una ruta más cómoda sobre la cual transitar. Una ruta que debe ser amplia, para apretar el acelerador en distintos estados y colores.
Rodeados de silencio, porque en la esquina de los pasajes rara vez ronda el caos, cualquier compañía es placentera y apuesto a que toda infusión es más rica. Tal vez se detengan a observar, porque es una casa digna de ser halagada. Mejor adentrar las pupilas que entrometer las narices. La conversación estaría completamente protegida. Es un lindo lugar para contar un secreto.
Me permito compartir que no tomé más fotos, no tuve la oportunidad. De todas formas, ver la imagen una y otra vez se asemeja a recorrer esa cuadra con constancia. Me dan ganas de andar con las ventanas bajas en cada oportunidad. Digo, merendar, o conversar, o salir... dónde no haya lío y las palabras vuelvan a ser palabras. Dónde enfrentarse ya no esté tan mal.
17/06/2020
Siempre tuve cierta admiración por toda esta especie de personajes sobrenaturales.
Soñé con una mutación que no había presenciado antes y que no entiendo cómo pude presenciar con tanto detalle. Miento si digo que lo creo imposible, pues si existen especies conocidas seguro las hay desconocidas, más teniendo en cuenta que conocemos un 10% del océano.
Me encontraba junto a una amiga que vamos a llamar O. Estábamos en una especie de orilla, desembarcando en una canoa pequeña. Era de una madera vieja y arruinada, que sin embargo flotaba a la perfección. Un silencio profundo se apoderaba de la escena y nosotras simplemente nos mirábamos. Recuerdo comenzar a observar el agua, que era incolora al punto tal que parecía un espejo brillante impropio de reflejo. Dudaba si tocarla. Estaba tan tranquila, tan inmóvil. Podía ver el fondo del océano, dónde piedras de distintos tamaños y tonalidades se asomaban entrelazadas de plantas, que no sé por qué nombre llamar. Comenzaban a aparecer renacuajos. Diminutos y de un celeste verdoso realmente claro. Mi visión tenía una definición que desconocía. Podía ver los detalles en sus ojos y sus colas. De un segundo a otro abundaban. Nadaban al rededor de nuestra canoa, generando círculos en la superficie que se ampliaban sucesivamente. De un segundo a otro habían peces. Naranjas y blancos por un lado y grises y azulados por el otro. Tenían el tamaño de mi antebrazo, pero parecían inofensivos. Bailaban por debajo nuestro y se mezclaban con los demás. Ahora el agua tenía un leve movimiento. Por último, surgieron de las profundidades dos sapos. Me resultaron tan simpáticos. Vestían un verde oliva y cabían con seguridad en la palma de mi mano. Le señalé uno a O. El sapo miró mi mano. Comenzó a nadar lentamente hacia mí, como queriendo que me pusiera en contacto con él. A medida que se acercaba fui bajando mi mano con cuidado de no ahuyentarlo. Una vez que se posó cerca de mí, me permití tocar el agua con el deseo de que se acerque. Despacio se aproximó y yo coloqué mi dedo índice justo delante de él. Me tocó con su nariz y con una velocidad admirable se llevó al otro sapo al fondo del océano. Pensé en la sensación que me dejó: fría y seca. Fue como si me hubiera olido para identificarme.
En un abrir y cerrar de ojos, salieron de algún lugar recóndito muchos sapos, demasiados para contarlos. Estaban inquietos, ágiles y energéticos. Podía verlos en todos lados y podía sentirlos debajo de la canoa. La estaban haciendo tambalear. O y yo hicimos un esfuerzo por mantener el equilibrio, pero fue inútil. El agua estaba violenta, inestable. En un intento desesperado por maniobrar nuestro vehículo la canoa se volteó. Caímos. Una sensación invernal me recorrió el cuerpo y me obligó a cerrar los ojos para pedirle que se vaya. Al abrirlos me impulsé hacia arriba para tomar aire y miré hacia abajo. Un sapo venía desde el fondo a la velocidad de la luz. Mi corazón empezaba a latir a un ritmo que no era capaz de seguir. Todo era un caos hasta que de repente: música. Música angelical y delicada convirtió mi estado de alerta en una escena en cámara lenta. El sapo verde oliva se fue transformando en un ente negro, sus patas flexionadas ahora se iban estirando en paralelo. Su cuerpo se alargó dos veces al mío, sus ojos comenzaron a hincharse y su boca a vislumbrar una sonrisa tímida. De negro pasó a gris, que pasó a blanco y luego a una piel pálida y seca. Su textura ya no era escurridiza, su grosor creció y recubría todo su torso. Le emanó cabello oscuro y largo, junto con pestañas y cejas que conformaban un rostro sutil. Las escamas brotaron de sus piernas y sus pies eran ahora una cola dorada que brillaba en mis pupilas. Se acercaba cada vez más hacia mí y la música iba intensificándose. Más y más rápido, mis latidos volvían a cobrar velocidad y el sapo se parecía menos a cualquier cosa que podría describir con seguridad.
La música paró. La sonrisa sutil se abrió con fuerza. Se desplegó como si careciera de mandíbula. Volvió el silencio. Sabía que los demás sapos a mi alrededor también estaban mutando. Sabía que estábamos rodeadas. Vi oscuridad y colmillos nacer, sentí terror. Sus garras me agarraron de los hombros y respiramos el mismo aire. La miré a los ojos y comprendí, que no estaba comprendiendo nada.
Hoy soñé con sirenas.
Me late el corazón.
O le tiene fobia a los sapos. Que suerte que lo soñé yo y no ella. O tal vez tenga que preguntarle.
26/05/2020
Asumo que uno elije un sonido poco placentero para despertar. Pues si transmitiera tranquilidad se quedaría durmiendo. Apagué la alarma con velocidad. Recuerdo haberla seleccionado, haber imaginado que sería una melodía conveniente para interceptar mis sueños. Después de un tiempo todo aquello muy repetitivo se vuelve irritante. Considero que tendría que cambiarla de nuevo. Sorprendentemente, mi perra estaba tapada y me ojeaba con disgusto por el sonido que acababa de interrumpirla; expresión que compartí. Desperezándome, gire completamente mi cuerpo, pasando de estar frente al espejo de marco dorado a mirar en diagonal y hacia arriba a mi ventana blanca.
Noté mis cortinas más luminosas y detrás de ellas una explicación: un cielo azulado impecable. No tenía una sola nube, ni alguna luna a medio formar, no habían palomas -aunque me hubiese gustado que las hubiera-, todo lo había sin haber nada. Un sol cálido acechaba desde mi derecha al edificio principal en mi vista, produciendo pequeñas sombras en lugares recónditos. En paralelo hacía frío, había un viento enojado y haciendo enojar, que llevaba consigo ráfagas de hojas y pétalos que, en algún momento, habría hecho caer. Es un clima confuso. Sé que si pudiera salir, de un lado de la vereda me vería entusiasta por los rayos que dispararan directo hacia mi figura, quizás un poco acalorada, pero que del otro lado me encontraría fría, oscura por las sombras que me adopten y dudosa, acerca de si realmente me abrigué lo suficiente para la temperatura que indicaba la televisión antes de salir de casa. Seguramente el mismo cielo no se comprenda a sí mismo. Cada vez que lo observo encuentro más motivos para creer en la teoría de que podría, tranquilamente, ser una persona. No quiero decir que haya una en el cielo, sino que este podría transformarse en una, con una personalidad definida y compleja de tratar. ¿Pero quién no conoce a alguien así? ¿Quién no lo conoce y admira a pesar de sus truenos y sus soles? Pienso en que una vez le dije a Toto: no busques en alguien similitudes para contigo, no pretendas encontrar en otro ente lo que a ti te llene. El amor es otra cosa, es saber valorar la complejidad de lo diferente y hacer de ello la más simple de las formas de coexistir. Todos los cielos deben de enfrentarse en algún momento, pero por algo siempre que llovió paró. Pienso en que no llueve y que podría estar lloviendo. En que disfrutamos poco y pensamos mucho y, que sin embargo, eso no quiere decir que no podamos hacerlas en paralelo. Que valiente el cielo, que encuentra el equilibrio a pesar de ser confuso y entonces, concluyo, en que nos queda mucho por aprender.
Unos minutos más, y me levanté.
25/05/2020
La diez de la mañana me parece un buen horario, justo en el límite de lo que es maleable. Nuevamente mi perra se tambaleaba de un lado a otro, haciéndome entender que ya no era como ayer, que hoy era un poco más frío. Para confirmarlo me senté lentamente en mi cama, estirando paulatinamente mi columna y alzando mis brazos con ganas de tocar el techo. Luego los bajé en dirección diagonal hacia las cortinas y las abrí a la vez para lados contrarios. Observé el cielo, que se parecía un poquito al de mi domingo irrefutable: con nubes blancas y muy amplias que dejaban ver solo unos rastros diminutos de un celeste no tan claro. No habían palomas, ni una sola. No parecía un lindo día para volar. En el edificio de mi izquierda solían haber pequeños rectángulos donde estas se hospedaban. Nunca supe si eran las mismas, elijo creer que no, que pudiendo volar desearon ser inquilinas de otros paisajes. Alguien les puso rejas a las pequeñas habitaciones, lo que me pareció cruel.
Se hacía escuchar un viento muy presente y preponderante, parecido al aullido de una manada de lobos. Me pregunto si estos se han confundido alguna vez, si se han reunido siendo llamados por nadie. Pienso si sabrán diferenciar los sonidos, si creerán que existen los fantasmas, si les tienen miedo. ¿Será como cuando a uno lo llaman por teléfono y, una vez atendido, cuelgan? ¿Es ese también un tipo de viento? Que loca la naturaleza. Que increíble la mente y su capacidad de interpretación. ¿Las palomas sabrán cómo aúlla un lobo? Será por eso que hoy están ausentes. Los árboles danzan, bruscos y descoordinados. El cable grueso y largo que antes era tieso ahora se ve indeciso, moviéndose de un lado a otro con temor de no poder agarrarse demasiado fuerte y salir volando. Las ventanas del edificio de en frente están cerradas, las mías probablemente también lo estén y, a pesar de estarlo, podía sentir la brisa en mis brazos. Por lo menos no sentía el domingo, y eso era mucho decir.
Volví a mis frazadas por unos minutos más y finalmente me levanté.
24/05/2020
Hay algo acerca del domingo que me resulta muy perturbador. No importa el contexto o la hora en la que uno se levante, siempre puede identificar cuándo es domingo. Lleva consigo un peso recurrente e impermeable que lo acompaña a lo largo del día. Sin agregar connotación de ningún tipo, de ser algo negativo o positivo queda a disposición de cada quien.
Deseé con muchas fuerzas prolongar el sueño, quise seguir estando dormida un rato más, pero todavía no domino esa posibilidad de acción por sobre las necesidades de la mente. Mi perra, sentada en el pliegue de mi torso, me me miraba y temblaba. La tapé con la frazada violeta por sobre las orejas y miré a las cortinas crema que, manteniendo su color, bailaban por encima de mi cama. Frío nuevamente. Me estremecí con desgano y corrí una sola de las cortinas hacia el lado derecho. Hoy divisaba por un recorte más pequeño de lo usual, pero veía en fin. Después de ver, observé. Un cielo que reconocía por el acedar que me causaba en una primera instancia y luego me tranquilizaba por lo que traería su transformación. Gris, claro, amorfo, heterogéneo, con nubes que parecen haber explotado en algún punto de la mañana, siendo así desparramadas a lo largo del cielo y produciendo manchas fastidiosas. Sé que más tarde habrá sol, que no es un mal día. Pienso en que Fran una vez me dijo que los "pero" anulan todo lo que fue dicho hasta ese momento. Entonces, si yo expresara: "el día puede ser mejor pero en este momento me disgusta por sobre todos los demás cielos por excelencia", me quedaría con la segunda parte de la oración. Me planteo si le gente elije que pone por detrás del "pero", si alguna vez lo piensan, si será real. Pienso, también, si hay alguien del otro lado del mundo que esté feliz al levantarse de esta manera y ver esto que a mi no me produce muchos comentarios positivos. Dudo en si le encuentran la belleza. Elijo creer que sí, me sentiría mal por el cielo sino.
Una hora más, recorro con mis manos mis brazos que en cuestión de segundos dejarán de ser superficies cálidas para transformarse en expresiones temblorosas parecidas a las de mi perra. Me levanté.
23/05/2020
Hoy no hubieron preocupaciones, o alarmas, que para mi son sinónimos. Digo, para qué se pone uno un aviso de que debe arrancar el día a cierto horario sino.
A eso de las 10 de la mañana interrumpía lo que sea que estaba elaborando mi mente mientras sentía cómo mi perra se acomodaba por debajo de la frazada. Frío. Mis cortinas crema estaban medio amarillentas por la luz que conquistaba la ventana, cosa que me puso feliz. Estaban plenamente cerradas, así que con un vago esfuerzo y sin levantarme corrí cada una de ellas a su respectivo lado y deje ese espacio por el que diviso todas las mañanas. Un cielo celeste inmenso ocupaba toda mi visión. Distingo ciertas nubes que todavía no son completamente blancas y, a pesar de que la mayoría de los árboles se encuentran vacíos, el que veo desde mi ventana está óptimo. El edificio de las trepadoras dejaba ver, en su esquina izquierda, un cuadrado de sol. Pensé en cómo me gustaría estar ahí sentada. Pensé también en cómo podría haber llegado hasta allí de no haber tenido mis rejas negras. Era un tanto complicado pero maniobrable, debería de saltar desde mi ventana hasta el techo del piso de abajo, dónde hay un cable grueso y extenso que llega al techo de mi edificio. Desde mi terraza naranja debía de trepar los cuatro balcones de la derecha hasta llegar a la cima de ese departamento. De ahí en más el problema sería llevar conmigo una silla y algún libro para aprovechar la situación. A veces pienso que las rejas me ayudan a limitar la creatividad. También hice el ejercicio que solía y suelo hacer cuando paso mucho tiempo en una habitación, pensar cómo me manejaría si el mundo estuviera de cabeza. Por dónde entraría, cómo abriría las ventanas, dónde situaría la cama, los muebles y los cuadros. Tal vez lo haga porque las perspectivas son importantes, o tal vez porque mi cabeza funciona más rápido de lo que creo y realmente uno no elije qué pensar.
Hoy volaron dos palomas, veloces, muy veloces, si no hubiera prestado atención no las hubiese visto. Que suerte que las vi.
Media hora más, y me levanté.
22/05/2020
Cuando me levanto con mi alarma rutinaria de las 8.00 am, me permito dedicarle unos minutos a mi ventana. A mirarla, a observarla, a analizarla.
Mi ventana blanca tiene un par de años, se le notan en la pintura que quiero arreglar. Se sitúa del lado derecho de la pieza, justo encima de la cama, y es bastante larga, ocupa casi toda la pared. De una mitad tiene el mosquitero y de la otra está vacía. Bueno, una ventana nunca está vacía. Tiene rejas negras, bastante espaciadas entre sí, que vaya a uno a saber para qué las tiene. Si bien por ellas podría escaparse un gato, no cabría una persona, quizás un alma entre y se escabulla. Una paloma tranquilamente pasa, las gatas han estado extasiadas viéndolas volar. Fijé la mirada en el edificio de al lado, que ocupa un cuarto de mi vista y tiene agarrado a él una de esas plantas largas y trepadoras de un verde muy oscuro. Pienso en que no hay palomas, en que solía haberlas y yo solía verlas desde mi ventana. Se posan sobre ella dos cortinas color crema, entre las cuales diviso perfectamente desde el ángulo de mi cama. Hoy, particularmente, vi una masiva nube blanca que ocupaba todo el cielo, que no tenía nada sobre ella y sin embargo decía muchas cosas. Pienso en el poder del cielo, en la capacidad que tiene de cambiar los humores y los días y, concluyo, en que tiene mucho poder. Me pregunto si alguien más está mirando el cielo como yo, desde cualquier lugar, pero si piensa al verlo y entiende la capacidad que posee, es casi como si el cielo fuese una persona. Una persona que no habla pero dice, que no camina pero se mueve, la única persona de la que uno jamás puede despedirse para dejar de ver.
Ya sabía que hacía frío, por lo que me permití disfrutar un poco más de la conformidad de estar entre las frazadas, dónde no hay lluvia que te moje. No me gusta este clima, pero me gusta hablar sobre él. Finalmente, me levanté.
19/05/2020
El café de hoy no estuvo muy bueno. Me levanté muy pensativa, en sentidos probablemente no compartidos por lo tanto no voy a exponerlos. Mi cabeza estaba en otro lado. Agarré la taza rosa del lavavajillas y de la alacena el café. Me dirigí a la heladera y agarré el azúcar que ya no pesaba tanto como antes. Al apoyarla en la mesada me di cuenta que me había olvidado la leche. Pensé en ese momento que de no haber tenido que registrar estos movimientos quizá nunca me hubiera dado cuenta la cantidad de veces que me olvido de alguna cosa. Fui a buscar la leche. Una de café y tres de azúcar al ras. Cuando quise ponerle el agua caliente no me avive de que la cucharita estaba rebalsada, por lo que ya no quedaba oportunidad para que saliera espumoso. Ni me molesté, seguí agregándole agua caliente hasta cumplir los 3/4 de la taza y llené la medida restante con leche. Lo batí a medias, pensativa todavía, viendo como quedaba un café simple y sin esmero. Medio triste inclusive. Es como si el café también hubiese estado analizando ciertas cosas y girara en cámara lenta. Ojalá no hubiese estado tan pensativa y más concentrada en mi café. El café siempre ayuda a empezar bien el día.
18/05/2020
Lo hice con menos esmero y mientras lo hacía dudaba si tenía algo que ver el hecho de que fuera lunes. Elegí la taza rosa, la verde no estaba, y en conjunto (por fin) saqué el café. Después saqué la leche de la heladera y al apoyarla sobre la mesada me di cuenta que me había olvidado el azúcar. Se ve que no todo puede ser muy concreto. Volví a buscar el azúcar. Una de café, una de agua caliente y dos de azúcar más tranquilas que de costumbre. Mientras lo preparaba me acompañaban mis dos gatas que se turnaban para tomar agua de un hilo que caía de la canilla de la cocina. Batí a un ritmo moderado y se notó en el resultado. Cerré la canilla. Tenía poquita espuma. No me disgusté, de hecho estaba rico y me ayudó a arrancar el día.
17/05/2020
Hoy no hice café.
16/05/2020
Nunca me hice un café tan rico como hoy. Le conté a Fran acerca del café con espuma y, como solíamos merendar juntos siempre que teníamos la oportunidad, me pidió que se lo enseñe. Filmé todo el proceso: elegí la taza verde, el café, el azúcar y la leche. Puse todo en la mesada de la cocina como para que se vea dentro del cuadro del vídeo y le narré mientras se veían mis manos realizar las acciones. Le dije que había que ponerle una de café, tres de azúcar llenas, en lo posible (que si no tenía ganas de tomarlo tan dulce podía ponerle menos pero iba a tener que batir más), y una cucharita de agua caliente, pero que si se le espesaba mucho la mezcla podía ponerle una más. Después había que batir. Batí con ganas, como para que me quede muy espumoso y desde el otro lado de la pantalla él tuviera ganas de agarrarlo y tomárselo. Siempre intentamos hacerlo mejor cuando otro nos mira, pienso. Le agregué la leche y le hice un acercamiento a la espuma. Estaba alta, inflada, dulce. Hice un video de degustación y todo e inclusive me quedó el bigote de espuma al tomarlo. Ojalá que le salga hacerlo porque vale
totalmente la pena.
15/05/2020
Hoy lo hice un poquito más tarde, 8:30 tal vez. Elegí la taza verde nuevamente y al cerrar la puerta de la alacena me olvide el café otra vez. Lo saqué mientras gritaba "¡el café!". Una de café. Fui a buscar la leche y el azúcar a la heladera. En el proceso casi pateo el plato de comida de una de mis gatas que, por algún motivo, ya estaba servido antes de que yo me despertara. Hoy fui más generosa con el azúcar pero le puse dos cucharitas de agua caliente en vez de una. Al sacar la leche entendí que era un sachet nuevo por como pesaba. Busqué en el primer cajón de la cocina mientras cantaba internamente la canción del artista cuyo nombre me había dicho un amigo un par de minutos antes. Me doy cuenta que ahí estaba la tijera para cortar el pelo que estaba buscando ayer cuando le hice de peluquera a mi hermano (y en mi defensa quedó bastante bien). Corté la punta y la dejé sobre la mesada de la cocina. Revolví con ganas, vi el café pasar de estar marrón oscuro, a un marrón canela, a un casi beige. Me puso contenta: mientras más clarito, más espuma. Agregué un poquito menos de 3/4 de agua caliente y después le puse leche. Hoy me tomé un café excelente. Arranqué muy bien el día.
14/05/2020
Lo hice al rededor de las 08:20 am porque después toca trabajar. Elegí la taza verde y cuando cerré la puerta de la alacena me di cuenta de que me había olvidado el café. Lo saqué y la cerré de nuevo. Una de café, tres de azúcar no muy llenas y una cucharita de agua caliente que me serví del dispenser. Mientras revuelvo, le doy de comer a las gatas y pienso en cómo me voy a organizar de no perder el cuatrimestre, mis horarios y mis días. Después me acuerdo que no hay que ser ansiosa y vuelvo a mi café. Hace realmente mucho frío. Cuando se empieza a inflar la mezcla, lleno 3/4 de la taza con agua bien caliente, otra vez del dispenser, y revuelvo. Saco la leche del último estante de la heladera, que estaba medio escondida de hecho, y lleno lo que queda de la taza deseando mucho que la espuma no se vaya. Todo buen café con leche tiene espuma, pero no esa que parece puesta a propósito, sino esa que forma parte de la misma mezcla; es más suave. Por suerte, pienso, no se le fue.
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