Aficiones - Actividad 5 - Nadia Birnbaun
Nadia Birnbaun.
Comisión 07 – Santiago Castellano.
Consigna: Rememorar tres escenas de lectura que los hayan influido en su vida, en sentido amplio (pueden referirse a textos mediáticos, audiovisuales también), desarrollarlas en un texto.
Modalidad individual.
Primera escritura.
Aficiones
Me permito, para comenzar a escribir, decir que la literatura ha desarrollado en mi dos grandes aficiones: el misterio y el romance. No todas juntas, ni a la vez. Les agarré el gusto con el paso de los años, como diría mi papá, aunque en un contexto particularmente distinto: "aprendí a quererlas". Recuerdo que en mi primario organizaban una feria del libro todos los años. Hacían una selección de cuentos de todo tipo, en su mayoría ficción, y la presentaban durante tres días. Cada día se le asignaba una hora a cada uno de los grados para que vean qué era lo que se habían propuesto presentar y compraran aquello que les interesara.
Todos los años hacía lo mismo, el primero observaba y el segundo llevaba plata para elegir alguno que me gustara. Si bien fragmentos de textos aislados en distintas oportunidades levantaron leves sospechas en mi cabeza, fue en sexto grado que confirmé mi encanto por los policiales y, principalmente, por Sherlock Holmes. Encontré un libro: "El camino de Sherlock" de Andrea Ferrari (2007). No narra sobre el famoso detective en sí, sino que cuenta su historia a partir de la admiración de un tercero, quien en este caso es el personaje principal de la historia. Leí el primer capítulo y me fascinó. No podía entender cómo Francisco, el protagonista, siendo un niño prodigio, no quería ser reconocido, pues yo con once años me esforzaba bastante por cumplir con las expectativas de los docentes, de mis padres y mis referentes. Años más tarde entendí que las aptitudes no siempre son iguales a los deseos y que al que le pesa un poquito más la emoción que la razón, se queda con los segundos. En cuestión, era uno de los últimos dos que quedaban y yo tenía que llevármelo. Lo escondí en el sector de los libros para niños, al fondo de una pila en el esquinero más lejano a la puerta de entrada; los niños nunca llegan al final de los libros amontonados, suelen pensar que son todos iguales. Al día siguiente, con una media sonrisa de satisfacción, me lo llevé. Lo leí en dos días. Lo releí, lo presté y lo volví a leer. Me costó entender las reflexiones de Francisco, pues él pretendía pensar como el mejor de los detectives y yo quería seguirle el ritmo. De él me llevo dos cosas y para ambas me permito citarlo.
La primera, porque me vi reflejada en sus palabras. Cuando la madre de Francisco le pregunta por qué seguía leyendo los mismos policiales si ya conocía el final, este le responde lo siguiente: "No entendía que no era la resolución lo que me apasionaba, sino el proceso". Creo, y remarco que es una opinión exclusivamente personal, que los modos que se eligen para llegar a un fin, los medios que se utilizan, las formas que se emplean en el camino a un objetivo, hablan más del objetivo que el mismo sobre sí.
La segunda, porque con ella discrepo totalmente. Esta cita, que es un juicio del mismo Sherlock que se extrae de "Estudio en escarlata", nos lleva a la segunda de mis aficiones: "El amor es un estado emotivo, y todo lo emocional resulta opuesto al razonar frío y sereno, que yo coloco por encima de todas las cosas." Permítame decirle que no es tan elemental, mi querido Sherlock.
Me pasé muchos años intentando describir al amor, no me bastaba con decir que era un “estado emocional”. Busqué definiciones de diccionario, significados atribuidos por personas que creyeron ser capaces de definirlo. Debo decir que me topé con de todo, pero fue en el revés de un paquetito de azúcar en alguna confitería de Belgrano ciertos años atrás que un fragmento de un poema me dio una respuesta. Un tal “Ron Israel”, de quien no hay biografía o rastro alguno, aunque investigando sobre su procedencia me choqué con expertos anónimos que podían asegurar que era un alias de un don nadie que había traducido antiguas frases en inglés y firmado como un poeta inexistente; había escrito: “Hay partes de mí que solo existen cuando estoy contigo.” ¿Decepcionada porque quizá no sea una introspección genuina? Quizás. ¿Conforme con la representación? Bastante. Pero más conforme aún con la reflexión que elaboré a partir de esta. Me gusta pensar que el amor es lo que nos permitimos ser cuando hay seguridad, desde nuestra versión más vulnerable hasta la más egocéntrica, ojo, que ningún extremo es bueno, pero todos son probables y hay que saber recibirlos. Hay algo acerca del amor, en su versión más cliché y a la que más adhiero, que suena como una invitación a tomar un té y recorrerse por dentro, con el implícito acuerdo de compartir y recibir todo lo que pueda salir a la luz y que, a pesar de las posibilidades, pretende seguir tomando el té hasta que de este no quede nada. Suena un tanto absurdo, en un encuentro casual cada quien es libre de levantarse y retirarse aunque no hayan tocado la taza. Tal vez de eso se trate, de no decir “estoy” sino “estamos”, y no pensar que “soy” sino que “somos”. Seguro es que en la individualidad funcionamos de formas diferentes en lo que concierne al amor, pero que me he configurado la cabeza a partir de tanto análisis, me la he configurado.
De ahí en más concurrí mucho a confiterías. Me parecen los lugares más impredecibles y cálidos de todos. El tercero y último de mis libros lo empecé y terminé en una de ellas. Se llama "Animorphs - El visitante" de K. A. Applegate (1999). Recuerdo haber escuchado que había una colección de estos textos, sin embargo sólo leí uno. No era el final el que me interesaba, sino una frase de la página 82: "Las cosas que no se movían me resultaban aburridas. Si los ratones permaneciesen completamente inmóviles, se olvidarían hasta de que existen". A medio morder la galletita de limón, esa que viene con el café, me di cuenta que algo similar ocurre con las personas. Si somos sumamente rutinarios, entonces no somos realmente conscientes de las cosas que estamos haciendo o inclusive pensando. ¿Cómo te vas a comer el mundo si no te das cuenta de lo que estás construyendo en él? Yo no quiero que el mundo me coma, pensé. De ahí en más intento ser más despierta con lo que me rodea, es una forma distinta de apreciar lo que existe en paralelo a nosotros, de no ser una rata inmóvil y aburrida.
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