Versiones adentradas - Actividad 11 - Nadia Birnbaun

Nadia Birnbaun.
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: A partir del microcuento que escribieron: hacer tres versiones del mismo, cambiando de género o llevándolo a uno que les interese. La versión puede ser más cercana (...) o más lejana (...). Agreguen a la consigna a qué género lo transforman.
Modalidad individual.
Primera escritura. 


Versión 1 - Policial. 
Las leyendas que muerden 

 Me dirijo a paso veloz al cuarto de la morgue donde descansa el cuerpo descolorido del joven Kamps mientras reflexiono acerca de mis posibilidades. Allí me espera mi médico y compañero, el Sr. Wenzel, con los últimos detalles de la autopsia. Al ingresar reviento la puerta contra la pared y con una adrenalina digna de este caso sostengo:
 - Tenemos frente a nosotros un claro homicidio legendario. Descarto un robo, no hay pertenencias de valor ni señales de forcejeo. Podría haber considerado un accidente, pero dado que no hay armas en la escena y no es temporada de caza hasta el mes de marzo, imposible. Evidentemente, no es un suicidio, la distancia es demasiado reducida y el ángulo no coincide. En detalle, por su atuendo descifro que estuvo en presencia de alguien más, sabrás a qué me refiero, ¿o no, estimado Wenzel?
 - ¿A nuestro asesino? - manifiesta mi acompañante con una pizca de dubitación.
 - Nuestra asesina. - pronuncio, mientras veo sus ojos ampliarse en claro signo de sorpresa y prosigo con mi caminata de lado a lado - Los detalles. Hay que mirar los detalles. Nada es una casualidad. ¿Qué sabemos de este joven?
 - Séptimo hijo varón. Nacido en agosto de 1829. Sin antecedentes de ningún tipo, ni si quiera una multa de tránsito. Ojos azules. Caucásico. Su causa de muerte es un desangro producto de un disparo a una distancia aproximada de dos metros. Bala de plata. En concordancia con la iglesia católica de Bután, no fue bautizado, no está casado ni tiene hijos. En la escena habían rastros de un pelaje grueso, como de un tamaskan o un utonagan, aunque en su domicilio no encontraron ningún canino.
 - ¿Y sus detalles? - lo contemplo con la cabeza baja y una tonalidad que esconde satisfacción.
 - Tiene rastros de sangre en los premolares y caninos, increíblemente afilados. Sus uñas esconden tierra debajo y finalizan en una punta casi perfecta. La cantidad de pelo que emana de este joven es impactante, podría decir que está bajo un consumo de hormonas o, aún más absurdo, que parece un..
 - ¡Hombre lobo! - lo interrumpo en un alarido - Estamos ante la presencia de un hombre lobo. Increíble. Es una genialidad. - mientras mira desconcertado, le explico - El joven Kamps es casi invisible. No hay testigos que supieran de su existencia. Conoce usted la leyenda del lobo de Bután..
 - Pero es una leyenda - remarca.
 - No hay casualidades. Séptimo hijo no bautizado, este joven está maldito. La noche de ayer fue luna llena y ese pelaje - apuntando a los rastros que, creía, provenían de un perro - permítame decirle, no es ni más ni menos que del mismísimo hombre que se posa frío ante usted. La bala de plata, la única que puede matarlo. Su origen está resuelto. La gran pregunta es.. ¿quién es nuestra asesina?


Versión 2 - Maravilloso. 

El bosque encantado

 Había una vez, en un país muy lejano, un joven muy muy triste que vivía en un bosque encantado. Su mamá, su papá y sus seis hermanos lo habían abandonado entre los árboles cuando era crío. Esto sucedía porque él no se parecía a las demás personas que habitaban en su mundo. Una bruja negra y malvada lo había maldecido. Como había nacido una noche de luna llena, la bruja había decidido que cada vez que hubiese una nueva, el niño se convertiría en lobo hasta que esta terminara. 
 El niño muy confundido, creció entre animales y plantas, hablando con los pájaros, alimentándose de frutas algunas noches y animales más pequeños durante otras. A medida que fue creciendo, sintió más y más curiosidad por lo que había fuera del bosque, pero cada vez que intentaba explorar los demás sitios, se encontraba con personas malas y enojadas que le prohibían acercarse a ellos. 
 Una noche de luna llena, se le ocurrió que, si merodeaba en forma de lobo, quizá no lo reconocerían y finalmente podría ver todo con lo que había soñado conocer. Le avisó a los búhos que volvería pronto y emprendió su recorrido. Corrió ágil y veloz colina arriba, esperando poder hacer algún amigo, esperando poder conocer a alguien.
 Mientras observaba las flores, escuchó entre las hojas un revoloteo muy sutil y vio en lo bajo una hermosa niña. Cuando esta se dio cuenta que había sido encontrada, se dirigió al lobo con rapidez y, al notar que podían conversar, quedó muy asombrada, compartiendo con él la larga noche.
 Lo que el joven no se había dado cuenta, era que la luna llena se estaba esfumando y él debería volver a ser ese niño del que todo el mundo advertía. Pasadas las once, el lobo poco a poco fue retomando su forma. Tenía manos en vez de garras y pies en vez de patas, su cola desapareció y sus orejas se volvieron pequeñas pequeñas, ¡ah! pero sus ojos azules permanecieron intactos. Mientras la niña escuchaba cómo el lobo le decía lo mucho que le gustaba hablar con ella, no pudo evitar gritar de lo más fuerte y alertar a los demás.
 El joven le pidió que por favor no contara a nadie, porque se sentía muy solo, pero la niña no hizo caso y provocó que aquel niño dulce sentado frente a ella corriera con todas sus fuerzas bosque adentro. Regresó llorando y contó a los búhos lo que había pasado. De ahí en más juró nunca más creer en una mujer, sin importar cuanto ella lo quisiera. Y así es como, colorín colorado, este cuento ha terminado.


Versión 3 - Cuento de iniciación.

La última noche de diciembre

  Creció entre cuatro paredes, blancas y con puertas de bronce. Vio llover, nevar, el viento correr y el sol salir. Todo lo tuvo, todo lo que pidió y lo que jamás se le hubiese ocurrido pedir. Tuvo demasiado, demasiado para una niña que nunca tomó un auto sola, ni limpió su habitación y mucho menos recorrió su ciudad sin una mano que la sostuviera constantemente.
 A sus diecinueve años de edad pidió viajar. Recorrer cualquier lugar por su cuenta. Rogó, imploró y reclamó en sus rodillas mientras las lágrimas recorrían sus mejillas, a la vez que sus ojos miel se inundaban con cada respuesta adversa que recibía de contra parte. Hizo un berrinche, cual niña pequeña y se encerró en su habitación por un par de amaneceres, pues nada ajeno a aquello que conocía.
 Un despertar entendió, que lo único que la mantenía aprisionada era su voluntad. Tomó unas tijeras de metal y con cortes bruscos y disparejos dejó caer sus mechones dorados. Se quitó el vestido y lo reemplazó por un pantalón verde abullonado y una blusa blanca, lo suficientemente corta como para escandalizar una mirada juzgadora. Armó un bolso pequeño y se miró fija en el reflejo del ventanal de su dormitorio. ¿Estaba tomando una decisión?
 Adentrada la noche, la joven corrió profundo al bosque con la esperanza de no estar cometiendo un trascendental error. Encontró una casucha con un buzón a nombre del "Sr. Kamps" que parecía inhabitada, por lo que se arriesgó a irrumpir con la promesa de pasar las tinieblas. Sin embargo y para su desgraciada suerte, el joven se encontraba en su residencia, silencioso y sigiloso. A pesar del escepticismo y su notable desorientación, la joven buscó clemencia en su mirada y, asombrada, la consiguió.
 Conoció el bosque, la ciudad, el miedo y el más puro de los amores. Dominó la introspección y se desconoció, por momentos rotundos, percatándose de que esa niña ingenua ya no anidaba ese cuerpo. Pero fue cuando descubrió el libro que revelaba la verdad sobre su amante, que todo lo que conoció alguna vez tomó el rumbo contrario y caviló si no era este el motivo por el cual la protegían tanto dentro de sus cuatro paredes y sus puertas de bronce.
 En la última noche de diciembre, vestida con un largo y brillante vestido blanco, caminó por el camino de estrellas doradas, rodeando el monasterio, hasta la boca del bosque. Allí estaba su amante, el mismo que le había brindado calor cuando la joven se encontraba más fría que nunca, y esa noche, esa maldita noche, sería el punto de inflexión más grande que jamás haya vivido. Ella conocía sus verdaderas intenciones y estaba cansada de ser retenida, no volvería jamás a sentirse encarcelada. Lo amaba, tanto lo amaba, que supo que necesitaría fuerzas. Tomó el arma que escondía en la liga por debajo de su vestido, y con sus ojos color miel inundados una vez más, centró la mirada en aquel escenario. Justo cuando este se abalanzó sobre ella, disparó una bala de plata directo al corazón del joven Kamps. Estaba tomando una decisión.




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