Devueltos a ser devueltos - Nadia Birnbaun - Actividad 22
Nadia Birnbaun
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: "Escribir un cuento en el que aparezcan los 5 objetos que eligieron, de la siguiente manera:
uno aparece dentro de un flashback (retrospección, recuerdo de uno de los personajes), otro es robado, otro es un amuleto de uno de los personajes o del narrador, el cuarto es parte del escenario y el último funciona como pasaje a otro mundo / situación / escena / estado de cosas".
Modalidad individual.
Primera Escritura.
Devueltos a ser devueltos
Ella me miraba, deseando no haberme traído consigo. Aparentemente tenía qué, porque las que no se comportan vuelven. Las que no obedecen son traídas de nuevo, depositadas ante los profesionales, que sí saben como domar a las bestias. Dirigí la mirada hacia la puerta de cobre. Cada vez que alguien situaba sus ojos en ella envejecía diez años, podrán imaginarse cómo se encontraba. A paso firme subí el primer escalón de madera y bajé mi cabeza ante la presencia de quien nos ingresaba. Reconocía a todos, una vez más. Los incomprendidos.
Nila tenía 15, era una rubia de rizos desalineados que le arañaban los hombros y tenía unos ojos pequeños de un miel luminoso. Era dueña de una sonrisa hermosa, pero lamentablemente apagada. Delgada, sus torso longevo y sus piernas extremadamente largas y finas, aunque se le dibujaran un par de cicatrices. Vestía suelta, corta y de colores claros, aquellos que ella sabía que le sentaban. Llevaba consigo un collar, precioso, de un cielo azul y bien estrellado que nunca dijo de dónde había salido. Somnolienta le he prestado oídos hablando de su madre y sabía que había aparecido con él en su cuello, por lo que asumí que debía ser de ella. Una tarde recapitulo haberla visto llorar desconsolada mientras rastreaba su cadena dorada. Desaforada perdía sus modales ante cualquier autoridad, lo que le costó su interminable cabellera. No se arriesgaron con Nila, la elegían mucho, era el ejemplo perfecto. No era suficiente aparentemente, por eso siempre volvía.
Tali era lo antagónico, tenía los cabellos oscuros y lacios, largos hasta la cadera. Se los cepillaba a la vez que se intimidaba a sí misma frente al espejo de la cómoda. Cruzaba sus botas azules por debajo de un banquillo blanco, preparándose para su nueva visita. Su piel era blanca como la nieve y le contrastaban unos enormes luceros marrones. Con 17 años tenía de simpática lo que Nila de grosera, pero a pesar de su introversión y frialdad solía ser la primera en sonreír ante las presencias. Acarreaba un alma muy pura y era realmente humana ante aquellos que no cuestionaban sus mecanismos de defensa. Sus manos, largas y pintorescas, estaban siempre arregladas. Solía decir que es lo primero que se atiende, que uno debería conservarlas por sobre todo. También era delicada y muy supersticiosa. Verán, guardaba en su bolsillo derecho una moneda que contenía un "nudo de bruja" para preservarse de las malas vibras que, a pesar de la intención, lograban acceder a ella. No se ganaba el odio de nadie, tampoco su amor, por eso siempre volvía.
En la escalera de los secretos, leyendo de una tapa-dura antigua y polvorienta, estaba Geno. Esos escalones no hablaban a beneficio de las multitudes, ojalá nunca lo hagan. Estaba concentrado, descuidado de su exterioridad. Sus rizos marrones y su piel morocha lo hacían deseable. Junto a sus iris verdes y sofisticados, que se veían adornados por pestañas largas y curvadas, había una nariz agujereada. Una espalda amplia para un joven de 19 años y un calce demasiado pequeño. Era muy mentiroso y no lo aparentaba en absoluto. Sus libros los robaba de algún superior, tenía un talento particular para aquello. En una oportunidad nos sentó en la cena y contó: "Volví de noche, nadie lo esperaba. Traje conmigo un cuaderno negro que confieso haber hurtado del departamento de mi última, que había sido una secretaria. Yo creo que no se dio cuenta, o simplemente no se veía sorprendida. Tuve la capacidad de sorprenderla mucho, creo que fue cuando dejé de hacerlo que me subió en su carro y me envió de vuelta". Si bien su mente albergaba un caos trascendental, él era de lo más prolijo. Es por eso que esta libreta la dedicó al desorden, a sus momentos de incomprensión. Eran frecuentes, por eso volvía.
Cuando llegaban, todos éramos dulces, complacientes, atentos y hasta un poco atrevidos. Como si nunca nos hubieran lastimado, como si no nos sintiéramos abandonados. Todos lo sabíamos, yo principalmente, que el escritorio azul era el pase a la libertad. Allí iban nuestras historias, aquellas que nunca supimos contar, las que siempre nos dijeron que no debíamos sacar a la luz. En él se almacenaban nuestros antecedentes, nuestros nombres completos. Direcciones, instituciones, alergias, gustos y complejos. Todo lo tenían en nosotros y aunque quisiéramos correr de allí ¿a dónde íbamos a ir? La vergüenza me recorría la piel cada vez que debía introducirme. Lo último que codiciaba era que me preguntaran cómo estaba, que me dijeran que era linda, que era joven, madura o dulce. Es que aparentemente todas las que vienen no entienden que no se trata de lo que pasó sino de lo que está apunto de pasar.
Ella seguía mirándome y lloraba. A mi nada me producía, tenía el corazón helado. Lina se acercó a mí, amable tomó mi mano y en una voz delicada y suave me dijo "¿Es acaso la familia número cinco en los últimos seis meses? Estamos condenados, "los devueltos a ser devueltos"- pronunciaba con sus manos simulando un gran cartel-. Espero que tengas una buena historia acerca de esta, parecían demasiado pacientes para escoltarte al orfanato...".
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