El acertijo del escapista - Actividad 14 - Nadia Birnbaun
Nadia Birnbaun.
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: "Escribir un cuento que incluya: 1 objeto con un jeroglífico, 1 perro negro, 1 objeto filoso, 1 enano, 1 reloj antiguo, 1 espejo roto y que el Narrador o Narradora sea interno, en 1° persona."
Modalidad individual.
Primera escritura.
El acertijo del escapista
Ingresé hace quince minutos y sólo me quedan otros cuarenta y cinco para resolver el acertijo, o al menos eso dice el cronómetro rojo que está colgado en la pared. Debo admitir que me tomó diez de ellos encontrar el interruptor de la luz, pero ahora que está prendida veo con más claridad. Estoy en un cuarto de paredes negras que está casi vacío: hay una cajonera de un solo cajón, un armario, un ataúd y una segunda puerta, todos con candado de distintos tipos y ordenados por tamaño. No sé muy bien por dónde empezar, así que me acerco al primero de los muebles que apenas me llega a las rodillas, es de un color gris opaco y tiene las esquinas resquebrajadas. En él, una cadena que lo envuelve hasta finalizar en la manija de apertura con un candado numérico de tres cifras. Sobre, lo único que se encuentra es un reloj dorado de cuello que, si me permito juzgar, tiene aproximadamente unos cincuenta años. Sus agujas negras, largas y finas, van de adelante hacia atrás consecutivamente sobre el mismo lugar. Marcan las tres y cincuenta y cuatro. ¿O cincuenta y cinco? Ingreso ambos: 354. Trabado. Golpeo el suelo con mi pie. Ahora 355. Empujo el solitario cajón hacia afuera. Encuentro en él, además de polvo, un espejo impresentable. Quien quiera que haya roto este artefacto debe estar teniendo una vida miserable, pienso. No es momento de pavadas, hay que mantener la mente en frío. ¿Qué carajo hago con esto? Mi pregunta retumba en la sala.
Mi primera idea es mirarme en él. Lo muevo para todos los ángulos y no encuentro el sentido. Empiezo a desesperarme y golpeo más fuerte el estúpido piso negro sobre el que todavía corren los minutos. Cierro los ojos y analizo: ¿qué es un espejo? Vidrio, pienso. Transcurren unos quince minutos y comienza a hacer calor aquí dentro. No lo comprendo. Me acerco el pedazo de reflejo quebrantado a la cara y me apoyo sutilmente sobre él, en signo de resignación. Tomo aire profundamente y exhalo, esperando que algo en él haya cambiado. Al alejarlo nuevamente lo noto distinto. Mi aire lo ha empañado y veo como se vislumbraba una sigla en ese espejo arruinado. Lo empapo con mi aliento a café, cubriéndolo por completo. Tiene la palabra "abrojos" en él, salvo que las letras A, B y S se encuentran subrayadas. Me desplazo de forma brusca en el suelo hasta el armario y observo el candado que a este lo envuelve. Esta vez contiene lugar para tres letras. No le encuentro demasiada ciencia e ingreso los caracteres "ABS". Se abre y sin quererlo se me escapa una pequeña sonrisa de satisfacción que se desvanece lentamente al comprender que mi tiempo se acaba. Busco en lo bajo del armario, porque ahí es donde se guardan los zapatos, alguno que contenga abrojos. Para mi sorpresa, los cuatro pares son de este estilo, misma marca, mismo talle y distinto color: blanco, marrón, azul y rojo. Observo y despego cada uno de los tres abrojos en los ocho zapatos. Toco dentro deseando encontrar algún objeto y nada. "Abrojos", repito una y otra vez durante cinco minutos. Cuando recuerdo ya haber descompuesto la palabra, tomo inmediatamente los rojos. ¿Qué tienen que no los entiendo?, les pregunto. Tengo que dejar de mirar y empezar a observar.
Mientras los inspecciono, uno de ellos resbala de mis manos golpeando el suelo. De este emanan luces. ¡Zapatillas con luces! Qué cosa más estúpida. No eran luces cualquiera, tenían una forma particular que no hubiera reconocido de no trabajar en un museo. Esto claramente estaba pensado. Es un hombre hecho de palo con una de sus piernas alzadas, lo que en jeroglíficos egipcios significa "bailar". ¿Dónde se baila? En una fiesta, en un cumpleaños, en un boliche, arriba de un escenario, sobre una tumba.. Con un movimiento violento me aproximo al ataúd de color ocre y, una vez más, inspecciono su bloqueador. Dos números, el primero trabado y el segundo movible. Cuatro el primero.. Cuarenta y algo. ¿Cuarenta y qué? Ya leí ese número. Tomo el zapato y recuerdo las pistas que fui juntando. ¿La cantidad de abrojos? Ingreso el número 3 pero nada sucede. Tal vez tengo que sumar el par, pero el 6 tampoco lo libera. Miro dentro y en la lengua del zapato se encuentra un enorme 41 blanco con la palabra "talle" debajo. ¿Me estoy volviendo estúpido? Agarro el candado numérico entre mis manos y lo forcejeo en dirección a mis pies. Una vez abierto me recorre un cosquilleo por la nuca, no tengo idea de lo que estoy a punto de ver. Dudo unos tres minutos y analizo si tengo otra alternativa más que destapar el enorme cajón frente a mis ojos. Le pego un puñetazo para ver si lo que contenía era equivalente al peso de un cuerpo, pero, para mi suerte, el ataúd vuela como una pluma cuando es soplada y aterriza de costado sobre la superficie, abriéndose en horizontal. De allí cae un pequeño peluche, un enano como de jardín, con su respectivo gorro amarillo y su remera a azul a rayas, que tiene en su pecho clavada una tijera que lo dobla en tamaño. Mi instinto bruto me obliga a despedazar el pequeño pedazo de felpa hasta hacer de él rastros irreparables de lo que alguna vez fue ese peluche.
Cae de los restos de algodón una llave gruesa y plateada que tiene en su extremo derecho un entrelazo de lineas que forman una especie de corona. Me aproximo con rapidez a la puerta del final del cuarto. Una puerta típica de edificio, de color madera con relieves en un marrón más profundo. Miro el cronómetro que indica que quedan cuatro minutos y veintidós segundos mientras la ingreso con cuidado y giro el picaporte.
La puerta da a una calle ancha y poblada, una calle que conozco. Es la avenida donde vivía de pibe. ¿Qué mierda hago acá? En la vereda de en frente hay un hombre muy alto, de espalda grande, que, vestido de negro y a paso firme, se aproxima hacia mí y me entrega una carta. "Léeme esto", me dice. Lo miro confundido y me rasco la cabeza. "Te quedan dos minutos para resolver el acertijo", me indica. Abro el sobre verde que parece recién comprado y extiendo el papel doblado de su interior. "Lee en voz alta", me ordena. Acto seguido leo:
"El martes 7 de abril de 2003, el reloj marcaba las 03:55 am. Saqué a Lazer a pasear a esa hora porque el trabajo no me permitía otro horario. Mi galgo enano era tan negro que a veces yo mismo no lo veía en la oscuridad. Mientras cerraba la puerta de mi departamento, Lazer corría hasta la esquina donde se encontraba el golden con el que siempre jugaba. Recuerdo voltear y ver frenar el colectivo 41 a un par de casas, como lo hacía de costumbre, salvo que esta vez, diferente a las anteriores, descendieron de él dos jóvenes borrachos que venían de bailar. No sabía muy bien si eran una pareja, estaban discutiendo a gritos tales que hacían su conversación inentendible. Al bajar vi que se dirigieron a la esquina y que su situación se intensificaba. La chica lo zamarreaba con una fuerza importante y el joven se estaba poniendo violeta. La apartó de un empujón y revoleó la botella en su mano hacia el basurero a su derecha. Esta se rompió en tantos pedazos que puedo escuchar cada uno de ellos chocar con el pavimento en este preciso momento. Ella lo hizo sentar en una entrada y le propuso hablar las cosas de forma civilizada. No hice caso a la dupla y proseguí con lo que había venido a hacer. Grité el nombre de Lazer un par de veces pero no se acercaba. Hice sonar mi llave contra la puerta, era un claro signo de que el paseo se terminaba y él siempre volvía a mí cuando esto ocurría. Sin embargo, lo único que podía escuchar era el ladrido del golden de la esquina. Me acerqué hasta allí y cuando vi el sector más iluminado mi peso entero se fue a las rodillas. Lazer estaba cubierto de vidrios y sangraba por todas partes. Vacié mis pulmones en gritos de auxilio hacia la dirección de los jóvenes, pero la chica ya se había ido y el que quedaba se acomodaba los zapatos de abrojo rojos. Me miraba y no venía. "¿Qué te haces el sordo pendejo? Llama a una ambulancia" le grité mientras pataleaba en el suelo y mis ojos desbordaban de lágrimas. Él se levantó, se metió en su departamento y cerró el portón.
El gran acertijo es: ¿quién mató a Lazer?"
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