El cielo de los lamentos vacíos - Nadia Birnbaun - Actividad 19
Nadia Birnbaun
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: "Elegir uno de los objetos significativos que buscaron: escribir un cuento en el que el objeto sea importante para el narrador o narradora".
Modalidad individual.
Primera Escritura.
El cielo de los lamentos vacíos
Erase una vez, nadie sabrá decir exactamente donde, un cielo muy azul y bien estrellado. El paisaje más hermoso jamás visto. Era amplio y despejado, con pequeñas luces blancas y una luna perfectamente dorada. Yo lo llamaba el cielo de los lamentos vacíos, porque creía que era tan increíble que de ellos seguro no cabía ninguno. En este cielo no pasaba el tiempo, siempre permanecía igual de radiante y cualquiera que lo viera se detendría a admirarlo hasta que se le extenuaran los ojos. Poseía cierta simpleza que lo hacía todavía más peculiar y alucinante, algo acerca de la completud y el sentimiento de que cualquier otra estrella o nube o destello, simplemente interrumpiría todo lo que este produce.
Mi madre era como un cielo muy azul y bien estrellado. Su pelo era dorado y se lo entrelazaba siempre en peinados diferentes. Mi madre era una joven de una belleza casi inigualable. Parecía salida de una película antigua, donde el esfuerzo por encontrar un diamante entre la gente era mucho menos complejo; siempre coqueta y sencilla. Vestía con todos los colores y ninguno tenía la capacidad de hacerla lucir mal. Ella daba vida a todo lo que tocaba y traía consigo la felicidad que todo el mundo añoraba. Era la típica mujer que todo el mundo voltearía a ver por lo dulce de su sonrisa y ella ni si quiera estaría enterada. Mi madre amaba la ventura, tanto la amaba que lo volvió característico de ella. Uno sabía cuando estaba dichosa porque se le iluminaban las pupilas, pero uno no podía descifrar cuando no lo estaba. Las malas situaciones, porque la vida se empeñaba con pasarle a mi madre malas jugadas, las llevaba con sonrisas que escondían un dolor grande, enorme de forma tal que era digno de esconderse en algún lugar.
Mi madre compró un collar cuando una de sus amigas decidió quitarse la vida. Eligió el mismo que esta llevaba: una cadena dorada que llega hasta el comienzo del pecho y que adjunta el dije más bello que alguna vez se haya hecho. Lo llevó consigo mucho tiempo y a mi me tenía fascinada. Claro que yo no conocía la historia detrás de tan magnífica pieza, sólo deseaba poder verla cuando la oportunidad se me daba. Su collar me recuerda a ella y, aunque no es mío -pues es de ella-, me acompaña cuando busco en mi cabeza la paz, cuando busco la sencillez y la hermosura.
Mi madre me contó, hace ya unos meses, el verdadero significado de la cadena. Es una historia tan triste y desgarradora, que hace que mi cielo de los lamentos vacíos sea el lugar perfecto para guardar un secreto que conlleve en sí semejante peso. Mi madre me dijo que, si tanto me gustaba el collar, podría apropiármelo más adelante. Si bien era todo lo que yo quería, ahora había una nube que sólo yo podía ver sobre el cielo azulado que me hipnotizaba. No quería tenerlo así, no cuando transmite tantas cosas hermosas y deslumbrantes.
No, no me pertenece el collar, pero tomé la decisión de darle un nuevo significado. Uno que me de la paz que le da a mi madre. Elegí esconder en él su juventud, porque abraza recuerdos que deseo yo también poder abrazar. He decidido que esta permanecerá por siempre dentro del collar que tiene el cielo más hermoso jamás visto.
Una vez mi madre me dijo que a ella le gustaría reencontrarse con quien se encuentra en su cielo de los lamentos vacíos. Y yo pienso, que quizás, sólo quizás, el cielo no sea tan grande, no tan grande para almas como las suyas.
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