Morir de día - Actividad 17 - Nadia Birnbaun

Nadia Birnbaun.
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: "Elegir uno de los siguientes comienzos (...) y escribir un cuento que empiece con la frase elegida y que incluya alguna de los siguientes conjuntos de oraciones (...)".
Modalidad individual.
Primera escritura. 

Morir de día

 Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en aquella época. Era una mañana cálida, hacían veinticinco grados y el sol entraba vago por la ventana, dándole un color anaranjado a la sangre de mi padre. Era una mañana realmente hermosa, no como la de hace dos días, ese si hubiera sido un buen día para morir. 
 Hace tres noches nos encontrábamos cenando en el comedor de la casa. La mesa de mármol y las sillas tapizadas daban una impresión sofisticada. Mi madre y mi padre se encontraban cada uno en un extremo de la larga mesa, mientras que mis tres hermanas y yo nos situábamos en los costados. A medio finalizar la comida, la sierva se acercaba a mi padre con lo que parecía ser un telegrama en mano. En el dorso tenía un sello en forma de toro. Mi padre pidió disculpas y se levantó de la mesa, caminó en dirección al escritorio y leyó la carta. Al volver se encontraba sumamente pálido y su apetito se había desvanecido, y eso que mi padre era un hombre de buen comer. Algo en él era increíblemente llamativo. Era joven para cuatro crías, tenía las facciones faciales bien marcadas, ojos grandes y dominantes de un celeste claro, una sonrisa amplia, la cejas abundantes y una barba prolija bastante oscura. Mi padre era del tipo de hombre serio, educado y cauteloso. Era bueno escondiendo las emociones, pero esta vez todo era demasiado obvio y era evidente que algo andaba mal. Quizás si yo no fuera tan descarada hubiera pasado por alto la situación, como hacían mis hermanas, como siempre lo hacían ellas. 
 Esperé a que todos se durmieran y me aproximé al cuarto de estudio de mi padre, sigilosa y en cuclillas. Tomé el escritorio de madera por la esquina y me deslicé hasta quedar de frente a él. Abrí el cajón donde solía guardar los telegramas y los tomé todos hasta no quedar ninguno. Acto seguido los apoyé sobre la superficie y retiré el fondo falso, dejando a la luz tres sobres con el mismo sello. Sabía de la existencia del segundo fondo dado que me tomaba el atrevimiento de observarlo trabajar de vez en cuando. Yo soñaba con casarme con alguien como mi padre, exitoso y adinerado, un hombre de negocios infalible. Abrí el que más arriba se encontraba, supuse que era el último que había llegado. Este decía: 
"Veo encuentros, pero no veo acción. Cuarenta y ocho horas para conseguir los documentos. 
No pienses en salirte ahora, tus manos están atadas. No hay traición para los rojos, 
sino tendremos que tatuarte los ojos en el pecho y sumarnos una calavera cada uno". 
 Firma un supuesto Venka. Sin más, sin apellido, sin dirección. No dudé un sólo segundo en cómo proseguir y desperté a mi padre. Me miró inexpresivo pero cansado y me acompañó a la cocina. Hice dos cafés como la sierva me había enseñado y lo senté frente a mi. Le pregunté, en voz baja, quién era el de la amenaza. No se veía sorprendido, ni temeroso, ni preocupado. De hecho estaba contento, porque ya no era el único que lo sabía y no debía más guardarlo sólo para él. Susurró, muy despacio, que ser un inversionista no es tarea fácil, que cuando uno es muy bueno en lo que hace todo el mundo lo solicita, que hay personas con las que se acepta una labor y bestias con las que no se puede negarla. Me explicó que así como hay mujeres infieles que causan una herida grave, hay hombres atroces que causan muchas heridas pequeñas que hacen que uno desearía, desesperado, haber sido engañado por su mujer, que hay salidas sin puertas y caminos no tan derechos. Mi padre era un hombre serio, sabio y cauteloso, pero en ese instante no comprendía una palabra de lo que me estaba diciendo. Le pregunté por los documentos, que si podía servirle de ayuda. Me contestó que no era él quien necesitaba ser asistido, sino que él debía auxiliar a las bestias para que estas no lo muerdan. Cierta vacilación en su voz me dejaba preocupada, como si no quisiera ayudar a las bestias y prefiriera que estas desgarraran su piel y derramaran su sangre; cierta resignación inexplicable. 
 Mi padre me besó en la frente, se volteó sobre sí y mientras se estiraba caminaba a paso seguro de vuelta a su habitación. Al estremecerse su camisa se levantaba, dejando ver una quemadura de lo que parecía ser una rosa que jamás había enterado. Sabía que señales abundaban y, sin embargo, no podía unir los cabos. 
 Dos días después, a las seis de la mañana de un sábado precioso, los oí. Lo cálido del sol y su indiscutible tranquilidad se veía obstruido por los golpes en las puertas y en las paredes, fuertes y desagradables como un constante martilleo. Me asomé a la ventana y advertí cuatro hombres robustos, vestidos en vaqueros y camisetas negras, con joyas preciosas y significativamente costosas. En sus bolsillos traseros distinguí elementos de todo tipo, agujas, rocas, tornos, limadoras y cuchillas. Hablaban un ruso que desconocía pero sonaban agresivos y enfurecidos. En ese momento comprendí, las heridas pequeñas y los caminos disparejos. Corrí hacia el escritorio de mi padre con velocidad mientras sentía la aceleración de mi corazón y busqué en su segundo fondo su pistola. Me conduje a su habitación y con la incógnita en mis ojos lo observé de arriba bajo. Le apuntaba en la sien. Mi padre era un hombre serio, cauteloso e inteligente. No tenía miedo, ambos sabíamos las opciones a elegir. Podría intentar matar a los rusos, pero eran cuatro y me doblaban en todas las medidas, por lo tanto fracasaría necesariamente. La otra opción era hacer del destino de mi padre algo menos doloroso de lo que las bestias habían planeado para él.  
 Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre. Yo asesiné a mi padre, y los rusos me asesinaron a mi. 

Aclaraciones:
Hago referencias a símbolos que para la mafia rusa tienen significados particulares:
-Tatuaje de ojos en el pecho: traidor
-Calaveras: una por cada hombre asesinado
-Rosa: juventud arruinada
-Toro: furia y crueldad

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