Negocio - Actividad 30 - Nadia Birnbaun
Comisión 07 - Santiago Castellano.
Consigna: "A partir de la lectura, les proponemos escribir un cuento, retomando alguna de las siguientes consignas: Elija una historia menor, no desarrollada, de alguno de los dos relatos (por ej.: la historia del hermano del narrador de Ocio, partiendo de la ocasión en que caminaba con alguien por la calle para dirigirse a una casa ¿clandestina? de apuestas de caballos [pp. 19-21]
Modalidad individual.
Negocio
Hace un par de días escuché a mi viejo y a mi hermano en la habitación de al lado. Llovía despacio, podía verlo desde mi ventana que da al patio de abajo. Sé que hablaban de mamá porque cuando llueve papá suele recordarla y no puede dormir. Pasea por la casa, baja las escaleras, pasa al patio, mira el cielo y vuelve a la cama. Recuerdo escuchar que le pide a Andrés que se quede y también me acuerdo que nunca acudió a mi para eso.
Mi vieja nos unía. Nosotros tres somos cabos que necesitan ser atados, que deambulan entre su ausencia intentando no mirarse demasiado a los ojos por si la tristeza puede contagiarse al estar muy cerca del otro. Yo sé que a mi viejo nunca le di la oportunidad de pedirme que lo acompañe porque nunca me acerqué lo suficiente para ver qué siente, o qué necesita sentir. Mi hermano, en cambio, se sinceró varias veces cuando era adicto a las drogas y hacía terapia en rehabilitación. Cada tanto vuelve con olor a porro. Papá lo sabe, nadie dice nada. Yo creo que está en un limbo. Come, sale, vuelve, se baña, a veces llora y duerme. Nadie dice nada.
***
Abro con un peso grande los ojos. Son las siete y cincuenta y seis de la mañana. Cuatro minutos desperdiciados. Cuando me levanto no me puedo volver a dormir, mi cerebro se activa automáticamente. Me siento en el borde de la cama y me miro los pies, que ahora están en punta y se estiran en dirección al ropero que pintó mamá hace unos años. Saco una camisa roja y me la pongo. Mientras me abotono, el viento irrumpe por un hilo de espacio que hay entre la ventana y la pared, y entonces decido que esa camisa es una pésima idea. Busco una gris que es más gruesa y encima me pongo el saco negro. Tiene deshilachado un botón y, para variar, en el sobaco cuelgan dos hilos, entonces pienso: a quién mierda le importa.
Bajo a desayunar en silencio, porque todavía no hay nadie. Con la mano derecha agarro la jarra de café que reposa sobre la mesada y que debe haber preparado mi hermano a alguna hora alta y perturbadora de la madrugada. Me siento en la silla del extremo que da al patio, mastico una tostada y me termino lo que hay en la taza. Me palpo las llaves del auto en el bolsillo izquierdo del pantalón, agarro mi campera y salgo derecho para la vereda de enfrente donde me espera el motor helado del auto mal estacionado. Yo sé que mi hermano me saca las llaves a la madrugada porque las deja en cualquier lado y también sé que no es el mejor conductor, menos si va drogado.
Afuera hace un frío infernal, las piernas me tiemblan y las manos encuentran muy complicado embocar la llave en el orificio del auto. Finalmente entro, me siento y me llevo las manos a la boca para que mi aliento las caliente. Después me las paso por la cara mientras me miro en el espejo retrovisor. Por el lado del acompañante veo un chico, tendrá seis o siete años. Las capas de ropa le dan mucho más tamaño del que realmente tiene. Se aferra a la madre, que tiene todo el aspecto de no haber dormido durante la noche. Los pelos marrones se le mezclan en la cara y con la mano libre intenta moverlos mientras chicanea los ojos. Me hace acordar a mí, pe queño hijo de puta.
****
Suena la alarma del laburo y todavía faltan dos minutos para las seis. Me impacientan los relojes impuntuales. Mi jefe me guiña un ojo y me dice por lo alto “Muy bien hoy, eh! Vamos que es viernes”. Todos le decimos Jerry, pero se llama Jerónimo Tilano. Pendeviejo, usando una peluca distinta de su color de pelo y achupinándose los pantalones a medida. Cuando usa expresiones como “capo” y “titán” me enerva. No me gustan los personajes actuados; a ningún jefe le apasionan todos sus empleados. Le sonrío y asiento con la cabeza, dándole la aprobación que espera. Baja el brazo que tiene alzado y tira derecho por la puerta principal. Mi oficina está al final del pasillo, de modo que en el horario de salida tengo que esquivar al resto de los pibes cada vez que paso. Empujo la puerta con mi brazo izquierdo y cruzo la Av. Corrientes en dirección al teléfono de la esquina de Bulnes.
-Buenas tardes, ¿está Polo? -pregunto un tanto inquieto mientras juego con el cable a mi derecha.
-Si, ¿quién habla? -una mujer seria y triste me contesta.
-Ramiro Stella.
-Dame un segundo…-dice. Según el ruido que produce, parece que se lleva el teléfono al cuerpo mientras grita- ¡Polo! ¡Teléfono!
Al cabo de unos segundos Polo toma la línea.
-Ramita, ¿está todo listo?
-Te espero en Rodriguez Peña y Sarmiento, comemos algo y seguimos de largo.
-Dale, dame media hora.
Noto la emoción en la voz de Polo, se excita fácil. Hoy era otra cosa, hasta yo me sentía distinto. A Polo lo conocí en la cancha de San Lorenzo, me había puesto a discutir con un estúpido de Huracán que medía el doble que yo y me hacía pollo en cualquier momento. Cuando me estaba agarrando de la camiseta, Polo le dio un empujón que lo mandó a dormir. “La proxima ponete bucal, papá”, me dijo y se echó a reír. Charlamos de ese partido, una victoria tremenda, y quedamos en tomar una birra en la esquina. De ahí en adelante fuimos a ver varios partidos juntos.
***
Doblo en Bulnes y empiezo a caminar por Sarmiento. En las paradas de colectivo veo señoras sacando los papeles de las prostitutas. Una de ellas intenta arrancárselo a un señor, que con buenos reflejos se voltea y le alza las cejas. Acto seguido le dice que uno de ellos se va a divertir esta noche. Sigue haciendo un frío terrible, menos mal que me traje la campera de cuero por las dudas. Es viernes y se nota. Los bares se van llenando de corbatas desatadas y tacones doloridos que van en busca de reprimir algún sentimiento desencontrado, que luego el lunes se abotona el saco y se pinta los labios de rojo para hacer de cuenta que nada pasa. Por suerte, si tengo que ir con mi mejor cara de perro no se me inmuta un pelo. ¿Que tiene la gente para esconder que otro no haya visto? La sinceridad. Soy todo un innovador.
Me meto en el Celta mientras me bajo el cierre de la campera. A Polo no le gusta mucho este bar, a mi me encanta. Está hecho de madera oscura, típica de taberna, con una barra larga y dos baristas. Detrás de ellos, una pared de botellas, cientas, miles; y, encima de todas las botellas, cajas con los nombres de los países de donde vienen. Me siento en una banca alta, con vista a la entrada.
-Una pinta, Marcos, negra por favor.
-En seguida -me dice y se enrolla el bigote en el dedo índice.
Me concentro en la conversación de la pareja de atrás. Una mina joven, tendría veintitrés años y una actitud para fumarse con dos porros. Enfrentada a él y casi en la esquina, un hombre que podría haber sido tranquilamente su viejo. El tipo en cualquiera, miraba por encima del hombro de ella a otra mujer que tomaba sola del otro lado del bar. Me hacìa acordar a Cristina. Se ve que la mina se enojó, porque le pegó en la tibia con el zapato y entre chillidos golpeó la puerta. El hombre revoleaba los ojos y la seguía, “Mi amor, calmate”, le gritaba.
Mirando para atrás y caminando de espaldas al bar entra un pibe gordo. Gira la cabeza rubia y mojada mientras me señala con el dedo índice.
-No lo habrás puesto celoso Ramita -dice y se echa a reír. Polo siempre fue un tipo cómico, que cambia el ambiente en el momento que cruza la puerta.
-Menos mal que era media hora -le contesto mientras me extiende la mano y me choca el hombro.
-Faltan dos horas para que cierre tu querido Celta, no llores. ¿Qué pedimos? Una pizza podría ser... -comenta mientras hojea la carta- o una hamburguesa que tiene buena pinta.
-Lo que quieras, yo invito.
***
Entre discusiones de San Lorenzo y películas nefastas se nos hizo la hora. Son las tres de la mañana. Las calles están oscuras y los bares dejaron de ingresar gente. Salvo por un par de lugares de videojuegos, las almas que rondan seguro están en pena. Doblamos por Sarmiento y caminamos por Talcahuano hasta llegar casi a Rivadavia, a la Plaza Congreso.
-Espero que sea el que pedí Rama, porque con lo que me está costando…
-...no pienses mal gordo. Va a salir bien, va a ser igual al que viste en la revista.
Polo esboza una sonrisa y a mi me tiemblan los huesos. Se supone que no debería tomar más de treinta minutos.
Entramos por una puerta de luces rojas que se camufla bajo el nombre de “Escuela de Modelos”. Está escrito sobre una placa gastada y barata, pegada junto a la chapa que indica la dirección. Apenas se abre se ve una escalera larga que dobla a la derecha. Ya arriba, las luces comienzan a disminuir. No hay cámaras, no hay teléfonos ni señal. Un escalofrío me recorre el cuerpo y le pregunto a Polo si estamos seguros de estar en el lugar correcto. Asiente con la cabeza.
-Leopoldo, no? -pregunta un tipo altísimo. Recorro con la mirada su figura, sus zapatillas negras y su campera marrón. Me centro en su cara, parece un joven Arlt de ojos oscuros. Se fija en la lista y prosigue -Pediste por Ancel. Mira que lo trajeron de Alemania, uno de los más caros. Este tiene seguimiento, vení que te explico.
De repente todo parecía menos tenso. Caminamos por un pasillo ancho, todas las puertas dan a habitaciones sin ventanas. Camas marineras, colchones en el suelo, calculo cinco o seis personas. Todas tienen nombres escritos en la parte de afuera y un par están cerradas con llave. Lo seguimos por una puerta azul donde hay dos sillas y un escritorio.
-Espero que no te moleste quedarte parado, flaquito -se ríe y me señala la esquina. Yo muevo la cabeza y me apoyo contra la pared.
-Traje el efectivo -Polo saca del bolsillo interno de su campera un fajo de guita enorme. De dónde mierda lo habrá sacado.
El anfitrión cuenta los billetes y mete todo en un cajón. Acto seguido saca una pila de papeles.
-Es Alemán. Los pibes que me los traen de allá corren más riesgo, la gorra sabe que los trafican, por ende salen más caros -grafica la situación con las manos, ahora señala con el índice. -Vos con el pendejo hace lo que se te cante, como salga en televisión o te agarren por tenerlo sos pollo. Este seguimiento de acá es un respaldo, ¿entendés? Si vos la estas por cagar y mi gente se da cuenta, esto de acá -sacude las hojas -me salva el culo.
-¿Dónde está? Lo quiero ver. ¿Cómo sé que es el mismo?
-Calma -lo interrumpe. -No somos boludos, no están acá. Los tenemos a un par de cuadras, Moreno 1926.
-Flaco, yo no voy a firmar un carajo hasta que no lo vea -Polo se para de su silla y golpea el escritorio con los dos puños.
-Eh! Calma gordo -me acerco y le digo en voz baja -Es el único que tiene un pibe tan parecido a Marcos, relajate porque lo vas a perder. ¿Qué le vas a decir a tu vieja si volvés con las manos vacías?
Polo me mira a los ojos y me da una palmada en el hombro.
-Me llevo los papeles, cuando lo vea te los firmo -agarró la pila de un saque y pegó media vuelta.
****
Bajamos las escaleras a todo motor y cruzamos la plaza en silencio, doblando por Moreno.
Polo mira a los costados y se mete por una galería, parecida a la entrada de un microcine. Nos colamos por el hall, hacia al fondo, donde hay una fila de televisores chicos reproduciendo carreras de caballo. Es difícil cruzar, con tantos hombres que gritan, patean y escupen. El suelo está lleno de papeles y cigarrillos. El ambiente me deprime. Se parece a las clínicas donde estuvo mi hermano.
Al fondo hay dos minas, de traje. Una rubia y la otra pelirroja, a la primera creo haberla visto. Cortan su conversación para ponerse de frente a nosotros.
-Ancel -dice Polo.
-Los papeles pichón -contesta la pelirroja.
-Mostramelo. Después te los firmo.
Se miraron entre sí unos minutos, hasta que la rubia finalmente abrió la cortina negra que tenía detrás y se fue hacia el fondo. Al cabo de unos segundos traía consigo un pibe de trece años. Escuálido y pálido, de mirada perdida y cabello rubio, como Polo. Se parece mucho a Marcos.
Intercambiaron intereses y cerraron el negocio. Polo agarra a Ancel por la nuca y lo abraza. El pibe se queda quieto, no entiende nada. No lo culpo.
Caminamos hacia la salida y me siento en la vereda mientras Polo le compra al pibe algo para comer. Entablan algunas palabras, Polo sonríe.
-Polito vení un segundo -y se siente a mi lado. -Me alegro por vos, de verdad, pero tenes que dejar de culparte por la muerte de tu hermano y la depresión de tu vieja. Esto la va a poner mejor, yo sé que es así, pero él no es Marcos y no te podes olvidar de eso.
-No empieces Ramiro -me dice y se gira de espaldas a mí.
-Gordo, sos el único amigo que tengo. Esto es más ilegal que la mierda, el pibe fue traficado…
-... traficado de una familia que lo molía a golpes Ramiro. Que me vas a decir, que estaba mejor en un dos por dos sangrando por los ojos -me girta.
-No, Polo. Te estoy diciendo que tengas cuidado.
****
Se alejaron por Moreno un par de cuadras. Nunca lo había visto así. Yo me quedo unos minutos, me pongo a pensar en Cristina, en que no le hubiese gustado esto que hice. Ella prefería ese lado romántico y tardío que me cierra a mí. Pienso que me hacía feliz. A veces me duele aceptar que se fue, que un día se levantó y decidió que yo necesitaba una mujer de mi edad. Era un pendejo, estúpido e ignorante, pero merecía tener voz en el asunto.
Nunca pude contarle a nadie, ni siquiera a Polo. Un par de veces hablamos sobre sentimientos, no muy profundo, lo básico. Yo le había contado de mi mamá y él me había abrazado. Ahora tenía miedo de que no me quedara nadie.
***
La tarde de hoy es más fría que la noche de ayer. Estoy volviendo de lo de Polo, había comprado una pizza en el Celta, por si quería hablar conmigo. No lo encontré en su casa, pensé que podía estar viniendo a la mía así que seguí de largo.
Al entrar lo veo a Andrés en la cocina, desabrigado y con la mirada perdida en algún pedazo de papel que tenía en la mano. Dejo la pizza en la mesa y me saco la campera para colgarla en la silla. Veo como unas huellas ensucian el piso a mi paso.
-¿Me llamó alguien? - pregunté.
-Hubo un llamado, pero cuando descolgué se cortó. ¿Hace frío afuera? -me contesta sin sacarle los ojos de encima a la pizza que humea en la mesa.
-Si. Hace un frío de puta madre. ¿Y papá?
-No sé. Hoy cuando me levanté ya no estaba. Creo que tenía algo en el canal.
-¿Querés? -le pregunté mientras buscaba platos en la alacena.
-Solo una porción.
Que pendejo mentiroso, pienso. Comimos en silencio. Me paro y voy a buscar una botella de vino a la heladera, sin disimular que algo pasa porque sé que no está prestando atención. En el reflejo de la botella me miro. Pálido, cagado de frío.
-Faltó sal -me salen las palabras sin poder siquiera pensarlas mientras me limpio la boca con una servilleta.
-Estoy medio resfriado, así que no puedo sentirle bien el gusto.
-Faltó sal -repito.
Mi hermano me mira los zapatos, que están embarrados. Fija su mirada en mi cara y entonces sé que va hablar.
-Ayer te vi en la calle. Ibas con la campera negra, por Talcahuano.
-Salía del trabajo temprano y fui a acompañar a un amigo a comer algo -contesto cortante.
-Yo salía del cine.
En realidad no, pienso. “En realidad fui a buscar a un chico traficado de Alemania para ayudar a Polo, para sacarle de la cabeza que haber chocado la camioneta no quiere decir que haya querido matar a su hermano. Nadie quiere matar a su hermano, y mirá que cuando volves con olor a porro me dan ganas de cagarte a trompadas, porque no pensas que a mamá le hubiese dolido y que Cristina te hubiese querido ayudar. No fui a comer, Andrés. Estoy en un limbo, igual que vos”.
Pienso que me hubiese encantado soltar todo.
Pero en esta casa es así, nadie dice nada.
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